1.
Navego con la única compañía del
rumor del mar. Está en calma; contrasta con mi estado de ánimo. Mi mujer
me ha dicho que no salga al mar, que ya no tengo edad para coger esta vieja
barca de mi padre, que es probable que nos hundamos, y que a los dos nos crujen
igual las articulaciones. No le he hecho caso. Aquí estoy, recordando a mi
padre, al hombre que nunca volví a ver, que vivió sus últimos días creyéndome
muerto. Un hombre que murió de pena. Yo sobreviví, aunque a veces me pregunto
si mereció la pena. Aquí estoy, recordando a aquella chica que me hizo sentir
vivo, y que sin embargo, desapareció cuando yo por fin volví. Nunca nadie supo
de ella, cuando yo me fui a aquella guerra. Creíamos que podríamos salvar la
humanidad, pero cuando todo acabó todos nos sentimos derrotados sin importar el bando. Creíamos
que éramos valientes, y lo único que hacíamos era apretar un gatillo o poner una bomba. Aquella chica era solo suya. Aquella chica solo le sabía dar la mano
al viento, y con él se fue, ¿Martha se llamaba?, Claro que se llamaba Martha ¿Por
qué me empeño en creer que no lo recuerdo? Me doy cuenta de que mi barca se va
a la deriva. Cada vez está más alejada la costa, y el horizonte parece
acercarse inevitablemente. Me despojo de mi camisa, y veo el fondo marino muy
cercano. La superficie es inalcanzable, pero la sensación no es de agobio. Me siento
inexplicablemente enérgico.
2.
La guerra ha terminado, hemos
vencido pero yo no me siento vencedor. Llevo años, oculto en lugares que ni
siquiera recuerdo. Ahora me arrepiento. Muchos se fueron, pero ahora son
tratados como héroes. Nadie sabe quién soy. Yo tampoco. Entro en mi casa, y
descubro todo roto, y con la apariencia de llevar años abandonado. Una inútil carta de
desahucio reposa sobre la mesa. Subo a mi habitación y un viejo sobre está en la cabecera de lo que un día fue mi cama.
“Te acompañaré hijo. Un padre sin su hijo es un una
lágrima sin rostro, o una bala sin dueño. Lo que sea que nos espera en la otra
vida, nos esperará a los dos juntos”
Me siento en la cama y recuerdo
las tardes en aquella barca, contándonos historias en medio del mar. Aquella tempestad
que casi nos hace acompañarnos de verdad. Él no fue a la guerra, y sin embargo
yo estoy aquí y él no. Me siento extraño. Ahogo un grito en la almohada. Martha
tampoco está.
3
Hoy ha llegado la notificación. A mi hijo lo han dado por muerto. No han encontrado su cuerpo, pero su desaparición desde hace
tres meses en un momento de guerra, rompe cualquier tipo de esperanza de
volverlo a ver. El aire parece agotarse. Una bala, o una bomba, inexorables, han
hecho desaparecer a mi hijo. La maldad del hombre ha provocado esto. No encuentro
otra solución a mi desazón que tirar todo. Romper lo que encuentro por mi
hogar, pero que ahora sabiendo que mi hijo ya ni siquiera comparte mi mundo, son
solo cuatro muros, sin ningún sentimiento dentro. Salgo a la calle, exhausto. Un
viento voraz, parece que arrasa todo a su paso, pero lo único que hace es restregarme mis lágrimas por la cara. Mi hijo ha muerto.
4.
-Las posibilidades de salir vivos
de aquí son inexistentes, grita mi compañero de brigada. Lo miro con expresión
triste. Tiene razón. Estamos cercados y la única salida, que es al mar, solo
conseguiría darnos una prórroga de escasos segundos, antes de que nos
acribillasen. Explosiones lejanas se suceden, pero en aquella trinchera
abandonada solo quedamos nosotros dos. De repente una granada viene directa
hacia nosotros y se queda entre los dos. La miro con horror, pero en un acto
impulsivo de mi compañero y amigo, tal vez por no querer alargar aquella agonía
de quien ya se sabe muerto, hace que se ponga encima de ella y amortigüe la explosión. Lo miro estupefacto, pero en esos segundos de despiste del enemigo,
salgo hacia el mar. Son solo trescientos metros. Corro hasta que me arden las piernas. Desfallezco
cuando caigo al mar, pero nado con todas las fuerzas que quedan en mis
músculos. Quizá ni me hayan seguido. Me marcharé de esta guerra. Esto no merece
la pena. Aunque sea un desertor, aunque eso signifique no volver a casa hasta que
todo acabe, aunque eso signifique no volver a ver a mi padre, aunque no vuelva
a ver a Martha.
5.
-Lo siento. No podía rechazar la
llamada, dije con el rostro compungido. Martha me miró calmada, pero con los
ojos entornados. -Tampoco has querido rechazarla, ¿Y cuando pensabas decírmelo?, habría sido más fácil ponerme
un telegrama desde donde quiera que te destinen, o ni siquiera eso, que te diese
por muerto, que te tuviese que olvidar. Si no me llego a cruzar a tu padre con
aquella cara de pena, y con necesidad de compartirla¿no me lo habrías dicho, verdad?, me espetó ella. –Martha,
estaba reuniendo fuerzas. Es algo muy complicado. La guerra es algo muy complicado. Todavía no lo he asimilado ni
siquiera yo, respondí casi llorando. -¿Me esperaras? le dije sabiendo que posiblemente no lo haría. Ella me miró y yo supe la
respuesta. –Te querré, dijo antes de marcharse.
6.
-¿La has visto?, dijo mi amigo
Marcus. Estaba señalando a una chica de aspecto enigmático. Sostenía un libro
que yo no había leído, pero que me resultaba familiar. Quizás lo había visto en algún estante de mi casa.–Es guapa, ¿verdad?, comentó para llamar mi atención; mi vista se había perdido en su ondulado cabello que le caía por los
hombros. –No solo es guapa, respondí. –No la conoces, dijo Marcus. –Y nunca la
conoceré del todo, dije mientras me levantaba hacia su mesa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario