lunes, 12 de junio de 2017

Viento para los rostros rotos

1.
Navego con la única compañía del rumor del mar. Está en calma; contrasta con mi estado de ánimo. Mi mujer me ha dicho que no salga al mar, que ya no tengo edad para coger esta vieja barca de mi padre, que es probable que nos hundamos, y que a los dos nos crujen igual las articulaciones. No le he hecho caso. Aquí estoy, recordando a mi padre, al hombre que nunca volví a ver, que vivió sus últimos días creyéndome muerto. Un hombre que murió de pena. Yo sobreviví, aunque a veces me pregunto si mereció la pena. Aquí estoy, recordando a aquella chica que me hizo sentir vivo, y que sin embargo, desapareció cuando yo por fin volví. Nunca nadie supo de ella, cuando yo me fui a aquella guerra. Creíamos que podríamos salvar la humanidad, pero cuando todo acabó todos nos sentimos derrotados sin importar el bando. Creíamos que éramos valientes, y lo único que hacíamos era apretar un gatillo o poner una bomba. Aquella chica era solo suya. Aquella chica solo le sabía dar la mano al viento, y con él se fue, ¿Martha se llamaba?, Claro que se llamaba Martha ¿Por qué me empeño en creer que no lo recuerdo? Me doy cuenta de que mi barca se va a la deriva. Cada vez está más alejada la costa, y el horizonte parece acercarse inevitablemente. Me despojo de mi camisa, y veo el fondo marino muy cercano. La superficie es inalcanzable, pero la sensación no es de agobio. Me siento inexplicablemente enérgico.

2.
La guerra ha terminado, hemos vencido pero yo no me siento vencedor. Llevo años, oculto en lugares que ni siquiera recuerdo. Ahora me arrepiento. Muchos se fueron, pero ahora son tratados como héroes. Nadie sabe quién soy. Yo tampoco. Entro en mi casa, y descubro todo roto, y con la apariencia de llevar años abandonado. Una inútil carta de desahucio reposa sobre la mesa. Subo a mi habitación y un viejo sobre está en la cabecera de lo que un día fue mi cama.
“Te acompañaré hijo. Un padre sin su hijo es un una lágrima sin rostro, o una bala sin dueño. Lo que sea que nos espera en la otra vida, nos esperará a los dos juntos”
Me siento en la cama y recuerdo las tardes en aquella barca, contándonos historias en medio del mar. Aquella tempestad que casi nos hace acompañarnos de verdad. Él no fue a la guerra, y sin embargo yo estoy aquí y él no. Me siento extraño. Ahogo un grito en la almohada. Martha tampoco está.

3
Hoy ha llegado la notificación. A mi hijo lo han dado por muerto. No han encontrado su cuerpo, pero su desaparición desde hace tres meses en un momento de guerra, rompe cualquier tipo de esperanza de volverlo a ver. El aire parece agotarse. Una bala, o una bomba, inexorables, han hecho desaparecer a mi hijo. La maldad del hombre ha provocado esto. No encuentro otra solución a mi desazón que tirar todo. Romper lo que encuentro por mi hogar, pero que ahora sabiendo que mi hijo ya ni siquiera comparte mi mundo, son solo cuatro muros, sin ningún sentimiento dentro. Salgo a la calle, exhausto. Un viento voraz, parece que arrasa todo a su paso, pero lo único que hace es restregarme mis lágrimas por la cara. Mi hijo ha muerto.

4.
-Las posibilidades de salir vivos de aquí son inexistentes, grita mi compañero de brigada. Lo miro con expresión triste. Tiene razón. Estamos cercados y la única salida, que es al mar, solo conseguiría darnos una prórroga de escasos segundos, antes de que nos acribillasen. Explosiones lejanas se suceden, pero en aquella trinchera abandonada solo quedamos nosotros dos. De repente una granada viene directa hacia nosotros y se queda entre los dos. La miro con horror, pero en un acto impulsivo de mi compañero y amigo, tal vez por no querer alargar aquella agonía de quien ya se sabe muerto, hace que se ponga encima de ella y amortigüe la explosión. Lo miro estupefacto, pero en esos segundos de despiste del enemigo, salgo hacia el mar. Son solo trescientos metros. Corro hasta que me arden las piernas. Desfallezco cuando caigo al mar, pero nado con todas las fuerzas que quedan en mis músculos. Quizá ni me hayan seguido. Me marcharé de esta guerra. Esto no merece la pena. Aunque sea un desertor, aunque eso signifique no volver a casa hasta que todo acabe, aunque eso signifique no volver a ver a mi padre, aunque no vuelva a ver a Martha.

5.                                                              
-Lo siento. No podía rechazar la llamada, dije con el rostro compungido. Martha me miró calmada, pero con los ojos entornados. -Tampoco has querido rechazarla, ¿Y cuando pensabas decírmelo?, habría sido más fácil ponerme un telegrama desde donde quiera que te destinen, o ni siquiera eso, que te diese por muerto, que te tuviese que olvidar. Si no me llego a cruzar a tu padre con aquella cara de pena, y con necesidad de compartirla¿no me lo habrías dicho, verdad?, me espetó ella. –Martha, estaba reuniendo fuerzas. Es algo muy complicado. La guerra es algo muy complicado. Todavía no lo he asimilado ni siquiera yo, respondí casi llorando. -¿Me esperaras? le dije sabiendo que posiblemente no lo haría. Ella me miró y yo supe la respuesta. –Te querré, dijo antes de marcharse.

6.
-¿La has visto?, dijo mi amigo Marcus. Estaba señalando a una chica de aspecto enigmático. Sostenía un libro que yo no había leído, pero que me resultaba familiar. Quizás lo había visto en algún estante de mi casa.–Es guapa, ¿verdad?, comentó para llamar mi atención; mi vista se había perdido en su ondulado cabello que le caía por los hombros. –No solo es guapa, respondí. –No la conoces, dijo Marcus. –Y nunca la conoceré del todo, dije mientras me levantaba hacia su mesa.


No hay comentarios:

Publicar un comentario